Descartes se equivocó, como plasmó en su libro Antonio Damasio. El cuerpo y el “alma”, el “espíritu”, la “conciencia”, sea cual sea el nombre que deseemos darle están intrínsecamente ligados. El cuerpo no es un mero “contenedor” que no influye para nada en la mente sino muy al contrario: las hormonas, nuestra postura corporal, la energía corporal, todo influye en nuestra mente en menor o mayor medida. Es muy cierto también que una actitud positiva, un estado de paz estimula nuestro cuerpo a estar sano y en forma. Esta es, de forma muy concisa cómo funciona el Brain Gym y la Kinesiología Educativa: trabajamos sobre el cuerpo para reestablecer un equilibrio tanto en el cuerpo como en la mente que permite alcanzar el objetivo planteado.
Pero, ¿de qué sirve todo esto si nuestros niños y niñas odian su cuerpo? Si continuamos pensando que nuestro cuerpo es un esclavo al servicio del “señor”, el intelecto, los cambios que podamos producir no serán tan efectivos. Y curiosamente, la base de nuestra inteligencia cognitiva está en el cuerpo. Ya Montessori hacía que los niños de sus “Casa de los Niños” manipularan los materiales para entender mejor el mundo. Ayres, Doman, Dennison y Carla Hannaford no paran de repetir en sus libros y conferencias que “la base está en el movimiento” del cuerpo. ¿Cómo podemos odiar aquello que nos hace ser mas inteligentes? Pero la realidad es que es muy difícil substraernos de los patrones que la sociedad presenta, llena de fotos de modelos excesivamente delgadas, y de imágenes de chicas y chicos “perfectos”… gracias al Photoshop. No son más que pura falacia, y por supuesto inalcanzable incluso para aquellos chicos y chicas que sirvieron de “base” de la imagen.
Aprender a amar el cuerpo significa tratarlo con respeto, con cariño, hacer las paces con el aspecto físico y aceptarlo; en resumen, sentirse bien con él. El cuerpo es nuestro amigo porque somos nosotros mismos.