La ansiedad de separación es la ansiedad desproporcionada que experimenta un niño cuando se separa real o supuestamente de sus seres queridos, especialmente de la madre.
La ansiedad de separación constituye un sistema de protección en los primeros meses y años de la vida del niño. La atenuación posterior de esta ansiedad, a medida que el niño adquiere una mayor movilidad física, es suplida por la aparición de temores específicos, como el miedo a la oscuridad, a las alturas o a los extraños, que reemplazan dicho mecanismo protector.
Este trastorno incluye la presencia de miedos irracionales (a estar solos, a irse a la cama con la luz apagada, etc.), de trastornos del sueño (pesadillas especialmente) y de ansiedad global, así como la anticipación de consecuencias negativas, como la sensación de que algo malo va a ocurrir o la certeza de que ya no va a volver a ver a los seres queridos. Los niños afectados por este trastorno cuentan con una edad media de 9 años y se distribuyen entre ambos sexos, con cierto predominio de las niñas sobre los niños y de los niveles socioeconómicos bajos. Si bien no suele prolongarse más allá de los 14-16 años, puede ser un predictor de un trastorno de pánico o incluso de depresión en la vida adulta.
La ansiedad excesiva es un trastorno caracterizado por la presencia de ansiedad persistente y generalizada en situaciones muy diversas, no limitadas a la separación de los seres queridos, y por la aparición de temores anticipatorios ante dichas situaciones.
La tensión y el perfeccionismo están siempre presentes en dicho trastorno. Los niños afectados por este trastorno cuentan con una edad media de 13 años y se distribuyen por igual entre ambos sexos, con un cierto predominio de los niveles socioeconómicos medios y altos. Este trastorno aparece con frecuencia en familias reducidas cuyos miembros viven constantemente preocupados por la obtención de éxitos, con una dinámica de sobreexigencia que los niños no son siempre capaces de asimilar.
En cuanto al pronóstico, la ansiedad excesiva surge sin un comienzo claro y tiende a cronificarse con el transcurso del tiempo, con un agravamiento adicional ante las situaciones de estrés y con la aparición de síntomas diversos (tics, miedo a hablar en público).