Los miedos suelen aparecer entre los tres y los seis años. En esta edad, el niño todavía no comprende el mundo que le rodea ni es capaz de separar lo real de lo imaginario. Los miedos van evolucionando a medida que el niño crece y la mayoría terminan desapareciendo con el paso del tiempo.
Es importante distinguir entre los miedos positivos, los que alertan al niño de su entorno y pueden evitar accidentes (miedo a cruzar una calle, miedo a los animales, etc.), y los miedos perjudiciales, que impiden al niño enfrentarse a situaciones cotidianas concretas (miedo a la oscuridad, miedo a los animales, miedo a los monstruos).
Muchos de los miedos están inducidos por el ambiente externo, a través de películas, cuentos, historias de otros niños, y otros miedos se fundan en experiencias previas del niño que han sido negativas.
El primer requisito para ayudar a disipar un miedo infantil es hacer que el niño se sienta seguro. Para ello, es indispensable que los padres sepan transmitir esa seguridad. También hay que tener en cuenta que los miedos son individuales y por tanto su tratamiento debe ser personalizado.