“¡No te muevas!” Es la expresión que, quizá, con más frecuencia hemos oído cuando éramos pequeños. Pero nosotros, como antes la generación de nuestros padres y después nuestros hijos, solo teníamos ganas de movernos, de saltar, correr, subir, bajar, hacer volteretas, etc. Lo que los adultos hemos olvidado es que el movimiento más difícil es, curiosamente, el “no moverse”, el “estar quieto”. El dominio corporal que esa habilidad implica es tan grande que no es hasta muy mayores que los niños y niñas la pueden alcanzar.
Moverse es la esencia de la vida. Desde el mismo momento de la concepción, las células se dividen, se organizan y se reorganizan para formar un nuevo ser humano. El movimiento nos acompaña hasta el final de nuestros días, con el movimiento de la respiración y el latido del corazón. El “no movimiento” implica la muerte.
Además, pensar y aprender son también movimiento. Contrariamente a la idea extendida a nuestra sociedad, en los procesos de aprendizaje todo nuestro cuerpo está implicado. De hecho, no solo aprendemos en escuela: la vida es un proceso de aprendizaje constante. El movimiento es esencial por el aprendizaje y su manifestación. Es esencial, para un buen crecimiento cerebral, dar la oportunidad a los niños y las niñas de explorar todos los aspectos del movimiento, desde caminar o correr hasta subir a un árbol o saltar desde arriba de una silla, ya que la actividad muscular coordinada, así como las actividades de equilibrio, estimulan la producción de hormonas especializadas que, a su vez, estimulan el crecimiento de las neuronas y las conexiones cerebrales.
Son necesarias, pues, actividades que facilitan este proceso. Es bien conocido que la etapa de las “cuatro patas”, el gateo, es importante para activar el trabajo conjunto de los dos hemisferios cerebrales, ya que en este momento se pone en marcha el patrón cruzado. El patrón cruzado implica mover al mismo tiempo una pierna y el brazo opuesto de forma coordinada. De hecho, este patrón no se da únicamente al gatear, sino también cuando caminamos. Cuando vemos caminar otra persona moviendo el brazo y la cama del mismo lado, el patrón homolateral, lo asociamos con el movimiento del robot, y, casi de forma inconsciente, lo perciben como “no natural” y con falta de fluidez.
El gateo también permite hacer trabajar conjuntamente los ojos. Coordinar los ojos es una habilidad necesaria por realizar muchas tareas cotidianas como mirar el número del autobús que se acerca, atarnos las zapatillas, pero también tareas escolar como leer un texto o copiar apuntes de la pizarra al cuaderno. El movimiento, cuando se da de forma lúdica, tiene también un beneficio añadido: relaja y libera el estrés. Un alumno que tiene una buena coordinación ocular puede, ante una situación estresante, bloquear su habilidad por hacer trabajar conjuntamente sus dos ojos. Si se encuentra frecuentemente bajo estrés, este bloqueo puede devenir un estado natural. El movimiento y el juego ayudan a relajar todos los músculos, incluidos los oculares.
Es una buena idea permitir a los niños y niñas hacer movimientos cada 30 ó 60 minutos de clase o de hacer deberes. No hace falta hacer un corte muy grande, un o dos minutos son suficiente y los beneficios son extraordinarios: alumnos más calmados y receptivos. Hacer movimientos que implican mover una cama y el brazo contrario, como caminar, son mucho adecuados, así como mirar a diferentes distancias por la ventana, por ejemplo, si hay posibilidad. Solo debes tener en cuenta que el niño o la niña no se debe sentir presionado al realizar ejercicio; todo debe ser un juego. ¿Por qué no pruebas? ¡Los niños y las niñas tienen mucho a ganar!