Consideramos que un niño va estreñido si durante un tiempo mínimo de tres meses presenta menos de dos deposiciones a la semana, siendo estas duras o caprinas y con sensación de evacuación incompleta, es decir que presenta una defecación difícil e infrecuente durante un tiempo prolongado. Es un cuadro frecuente ya que puede afectar hasta el 7,5 % de los niños en edad escolar siendo una de las causas más habituales de consulta para el pediatra y para el gastroenterólogo infantil.
El hábito de defecar varía a lo largo de la infancia de tal forma que es normal que el niño mayorcito deponga desde 3 veces al día a hacerlo solo 3 o 4 veces a la semana, sin embargo un recién nacido normal suele deponer hasta 4 veces al día los primeros días de vida para disminuir de forma paulatina hasta 1 vez al día al final del primer año de vida, siendo las deposiciones mucho más frecuentes y de consistencia semilíquida si está tomando lactancia materna, para tornarse más espesas o incluso duras si pasa a tomar lactancia artificial. A estas tempranas edades deberemos distinguir entre estreñimiento y ano perezoso y no confundirlos, ya que este último concepto corresponde a un lactante que produce una deposición normal o incluso blanda pero que es incapaz de eliminarla de forma espontánea, precisando el estímulo externo por medio de los “remedios de la abuela” como el perejil o el geranio o más actuales como las sondas rectales que existen para tal función en cualquier farmacia, ambos artilugios deberán ser lubricados con vaselina o en su defecto con aceite de oliva antes de su uso para evitar dañar el ano del niño.
El estreñimiento puede ser funcional, orgánico o mixto, siendo el primero más frecuente y debido normalmente a hábitos dietéticos inadecuados o incluso a problemas psicológicos en el niño, los de causa orgánica aunque menos frecuentes, son desgraciadamente mucho más “preocupantes” para el pediatra por sus posibles repercusiones y soluciones más complejas y los mixtos son por ejemplo el niño que tiene una fisura anal (problema orgánico) que le duele al deponer por lo que se auto estriñe (problema funcional) por el temor de evacuar.
Deberemos ayudar a nuestro hijo en el hábito defecatorio mediante dietas y normas sobre dicho acto. La dieta será rica en fibras, con verduras, cereales y legumbres presentes diariamente además de zumo naturales como el de naranja y uva y frutas como el kiwi, aporte abundante de agua, aceite de oliva en las comidas y empleo de la miel como edulcorante junto con la limitación lógica de alimentos como el arroz, la zanahoria, los plátanos y las manzanas por su efecto astringente. En los lactantes pequeños a los que ya hemos iniciado el gluten, indicaremos una dieta que incluya cereales de avena diariamente.
Como norma, sentaremos al niño un par de veces al día en el orinal o en la taza del vater después de las comidas ya que el reflejo gastrocólico es cuando suele aparecer, procurando que las piernas estén flexionadas sirviendonos de un pequeño taburete para dicho menester, de forma que pueda hacer fuerza con los músculos abdominales sobre el tracto intestinal , ayundándole de esta forma a defecar. No mantenerlo en esta posición más de 10 minutos e instaurar un clima de confianza para desdramatizar la situación, intentando convencerle y nunca forzarle ya que cogerá aversión a dicho acto.
La utilización de laxantes y enemas deberá ser controlada por el pediatra y se utilizará si fracasan las recomendaciones anteriores, pero siempre bajo su supervisión.