Pensar que la leche materna transmite gases al bebé es una de las falsas creencias que existen en torno al tema de la lactancia materna. Ningún alimento que tome la madre se “transforma” en gases que pasan a su leche y llegan al bebé durante el amamantamiento.
Da igual que te tomes un contundente y saludable plato de fabada o un refresco repleto de burbujas. Los gases que generen las legumbres o los que ingieras en una bebida influirán únicamente en tu proceso digestivo y no harán que la leche se vuelva “gaseosa”, resulte más pesada o proporciones esos supuestos gases al niño.
La leche materna está compuesta de agua, vitaminas, minerales, proteínas carbohidratos y grasas, entre otros macro y micro nutrientes. No tiene gases de ningún tipo. Es cierto que algunos alimentos pueden alterar ligeramente el sabor de la leche que la madre ofrece al pequeño. Ocurre, por ejemplo, con los ajos, la cebolla o los espárragos, todos alimentos de sabor intenso, pero esto no quiere decir que aporten gases o el niño vaya a rechazarla porque su composición resulte alterada.
¿La leche materna provoca gases en el bebé?
La lactancia materna es la manera más natural de alimentar al bebé y nunca es la causa directa de la aparición de los habituales gases y cólicos del lactante. Es verdad que al mamar, el niño puede ingerir una mínima cantidad de aire que influye en la formación de posteriores gases, pero no es la leche la que los provoca sino ese aire que puede colarse durante la succión. La leche materna es la más fácil de digerir para el delicado aparato digestivo del pequeño.
Finalizada la toma, bastará con mantener al niño en posición vertical, reclinándolo ligeramente sobre el hombro de mamá, para que expulse el aire que haya podido tragar. Si los gases o cólicos resultan demasiado frecuentes o dolorosos hay que consultar con el pediatra sobre las posibles causas. La leche materna no será una de ellas.